Un poco de historia...

Nacida al sur del Gran Buenos Aires, el 22 de julio de 1957, Graciela Sosa pasó sus primeros años de vida entre los juegos con sus tres hermanos y las clases particulares de arte que dictaba su mamá en la casa familiar, algo que, sin lugar a dudas, marcaría los pasos que años más tarde ella comenzaría a seguir.                                                  
Cuando promediaba la década del  '80, Graciela pasaba sus días trabajando en pleno centro de la ciudad de Bs. As. Lo hacía en una escribanía, una profesión que había decidido comenzar a estudiar en marzo de 1987, pero varios meses antes y tras una larga enfermedad, perdió a su mamá.                                                                                
En medio de un profundo dolor y con mucho tiempo libre, decidió dedicar sus horas a la pintura. Fue después de un domingo por la mañana que, al abrir el diario, encotrara un taller que abría sus puertas cerca de su casa en Quilmes. Y así, por casualidad, encontró un medio que la ayudaría a transformar en algo positivo lo que sentía en esos duros momentos.                                                                                                                                                     
Pero Graciela sabía mucho del tema, y fue por eso que, a poco de haber empezado a aprender a pintar en madera, fue convocada por sus profesoras como docente de algunos de los cursos que se dictaban allí. Pronto se sumaron más horas de clase y se le hizo muy dificil seguir manteniendo los dos trabajos. Le dedicaba a la pintura mucho más tiempo del que alguna vez había imaginado.                                                                                                       
Entonces, después de un tiempo de pensarlo seriamente, decidió renunciar a un trabajo que le aportaba seguridad económica en pos de seguir con ese hobbie que de manera totalmente inesperada se había tranformado en su medio y proyecto de vida.
Sumando decenas de alumnas, muchas de las cuales con el tiempo se transformaron en sus amigas, Graciela se tranformó en una referente de este disciplina que le cambió la vida. Algo que afirma con convicción y resume en una frase "un taller de pintura es un taller de pasión".
Sin lugar a dudas, el haber crecido con una madre que sabía bordar, pintar, tejer, coser y tocar el piano marcó su infancia y en especial las navidades para las que  Graciela junto a sus hermanos armaban el árbol familiar creando sus propios objetos de decoración. Esa costumbre se convirtió en una de las mayores tradiciones familiares y en especial para ella que logró "traspasársela" también a sus alumnas.
Dueña de una personalidad fuerte y cálida a la vez, esta autodidacta por naturaleza, es desde hace 20 años una apasionada de la pintura y de la expansión personal, con la confianza en los cambios positivos que en la vida de una persona puede generar el hacer algo que le guste tanto.